El sexo.
La universidad me enseñó a reconocer al hombre entre líneas. No hay moral alguna para reprimir sus instintos... solo es cuestión de saciar sus demonios.
Yo soy Sebastian, estudiaba comunicación en Manangua, y en 3er año de la carrera llegó un profesor de 27 años... sus pantalones bien planchados, sus camisas de sedas, y su voz, que juro que toda la clase hipnotizaba.
Nunca llegaba tarde y me sentaba en los primeros lugares para apreciar bien al maestro. Rodrigo había sido pupilo de una de mester insigne del instituto, formaba parte del claustro... su nivel de intelecto me excitaba, yo, me hacia pajas mentales.
Todas mis compañeras se morían por Rodrigo, un hombre de unos 1.68 metros de altura, de complexión modesta, de brazos fuertes, sus características faciales muy pronunciadas y su barba era eso que te anestesiada las tardes. Me consagre como uno de los favoritos de Rodrigo, mis entrevistas, mis recopilación de información. Un día el profesor entré la explicación de las técnicas de entrevistar subió su pies en una silla, haciendo que la tela fina de su pantalón rozara su falo, se me hizo agua la boca. Rodrigo era todo un Nicaragüense apuesto, uno que podía tener a cualquier mujer. Su hombría era tan perfecta.
Una noche donde salimos tarde, ya iba caminando por el campus y el me alcanzó en su carro, me ofreció darme raid cerca de mi casa. En el camino yo guarde silencio, y el me ofreció unos libros sobre las teorías de palo alto.
La universidad me enseñó a reconocer al hombre entre líneas. No hay moral alguna para reprimir sus instintos... solo es cuestión de saciar sus demonios.
Yo soy Sebastian, estudiaba comunicación en Manangua, y en 3er año de la carrera llegó un profesor de 27 años... sus pantalones bien planchados, sus camisas de sedas, y su voz, que juro que toda la clase hipnotizaba.
Nunca llegaba tarde y me sentaba en los primeros lugares para apreciar bien al maestro. Rodrigo había sido pupilo de una de mester insigne del instituto, formaba parte del claustro... su nivel de intelecto me excitaba, yo, me hacia pajas mentales.
Todas mis compañeras se morían por Rodrigo, un hombre de unos 1.68 metros de altura, de complexión modesta, de brazos fuertes, sus características faciales muy pronunciadas y su barba era eso que te anestesiada las tardes. Me consagre como uno de los favoritos de Rodrigo, mis entrevistas, mis recopilación de información. Un día el profesor entré la explicación de las técnicas de entrevistar subió su pies en una silla, haciendo que la tela fina de su pantalón rozara su falo, se me hizo agua la boca. Rodrigo era todo un Nicaragüense apuesto, uno que podía tener a cualquier mujer. Su hombría era tan perfecta.
Una noche donde salimos tarde, ya iba caminando por el campus y el me alcanzó en su carro, me ofreció darme raid cerca de mi casa. En el camino yo guarde silencio, y el me ofreció unos libros sobre las teorías de palo alto.