Al hablar de la dignidad de la madre no hemos de mendigar a la poesía y a la elocuencia humanas los elogios de que la han colmado en toda lengua y bajo todo cielo. Ni hemos de temer a la historia ni a las leyes de algunos pueblos que han hecho de la madre un ser desgraciado. La madre tiene la grandeza y dignidad específica que le dio el mismo Dios; ni los humanos elogios añadirán un codo sobre ella, usando una palabra del Evangelio, ni las aberraciones de la historia podrán derribarla del pedestal que de derecho le corresponde.
El primer título de la dignidad de la madre es su absoluta igualdad en naturaleza con el padre. Es esta una verdad elemental, que sólo ilustraremos para que mejor se comprenda la situación de la madre en el seno del hogar, junto al padre.
Al tratar de la grandeza de la familia, decíamos que era obra de la mano de Dios, y transcribíamos aquella escena bíblica de la creación de los primeros padres, con la bendición que Dios les dio así que hubo formado a Eva, arrancándola del costado del primer varón.
Y ved lo que dice Adán, al cruzarse las miradas aquellos dos seres santísimos y felicísimos; atended, porque la palabra de Adán es la condenación de toda doctrina y de todo hecho que tienda a hacer de la madre un ser inferior, degradándola; o un fetiche, levantándole altares que no se hicieron para ella: Esto, ahora —por contraposición a los animales que acababan de desfilar ante él y a los que impusiera nombre—, es hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta se llamará VARONA (virago —vira decía el latín antiguo—), porque ha sido tomada del varón (Gén., 2, 23).
Tal es la primera razón de la dignidad de la madre: es de la misma carne del hombre, de la misma substancia del padre. El padre Adán es el origen fontal de toda la humanidad; pero la madre Eva está en el mismo nivel del padre, en el orden de la naturaleza, porque Dios toma una porción del padre y la transforma en mujer.
El hijo vendrá al mundo en el mismo nivel del padre y de la madre, porque ambos le engendrarán de su propia substancia; y todos los seres humanos vendrán al mundo unidos por esta lazada irrompible de la solidaridad formada por la identidad de carne y sangre.
El primer título de la dignidad de la madre es su absoluta igualdad en naturaleza con el padre. Es esta una verdad elemental, que sólo ilustraremos para que mejor se comprenda la situación de la madre en el seno del hogar, junto al padre.
Al tratar de la grandeza de la familia, decíamos que era obra de la mano de Dios, y transcribíamos aquella escena bíblica de la creación de los primeros padres, con la bendición que Dios les dio así que hubo formado a Eva, arrancándola del costado del primer varón.
Y ved lo que dice Adán, al cruzarse las miradas aquellos dos seres santísimos y felicísimos; atended, porque la palabra de Adán es la condenación de toda doctrina y de todo hecho que tienda a hacer de la madre un ser inferior, degradándola; o un fetiche, levantándole altares que no se hicieron para ella: Esto, ahora —por contraposición a los animales que acababan de desfilar ante él y a los que impusiera nombre—, es hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta se llamará VARONA (virago —vira decía el latín antiguo—), porque ha sido tomada del varón (Gén., 2, 23).
Tal es la primera razón de la dignidad de la madre: es de la misma carne del hombre, de la misma substancia del padre. El padre Adán es el origen fontal de toda la humanidad; pero la madre Eva está en el mismo nivel del padre, en el orden de la naturaleza, porque Dios toma una porción del padre y la transforma en mujer.
El hijo vendrá al mundo en el mismo nivel del padre y de la madre, porque ambos le engendrarán de su propia substancia; y todos los seres humanos vendrán al mundo unidos por esta lazada irrompible de la solidaridad formada por la identidad de carne y sangre.