(
Olor a verga)
Siempre supe que era diferente a los otros chicos. Desde que era pequeño, a los 6 o 7 años, me di cuenta que había algo en mi que me hacía fijarme más de lo normal en mis amiguitos y, sobre todo, en los hombres más grandes, de quienes me atraían sus cuerpos trabajados por las largas jornadas en el campo.
Conforme fui creciendo me fue cayendo el veinte de mis gustos, pero aprendí a ocultarlos bastante bien. En los pueblos pequeños simplemente no tienes chance de ser puto, salvo que quieras ser la burla de todos. Me volví un cabroncito con las mujeres pero no podía sacar de mi cabeza, querer estar con otro muchacho, tuve varias novias, nadie jamás podría acusarme de gustarme la verga.
Ayudaba a mi papá en el campo, lo que me había ayudado a agarrar algo de cuerpo, no mamado pero sí se podría decir que marcado normal, panceta, pelos por todos lados y algo corpulento.
Cierta tarde al terminar la jornada se me acercó Genaro, un compa de más o menos 20 años que trabajaba para mi padre y que quizá por eso nunca me había fijado en él ni lo había visto con morbo ni nada. Lo consideraba un compañero nomás.
-Qué pedo wey, chingo de calor, ¿no?
-Sí no mames! Está culero
-Vamos a bañarnos al río y nos tomamos unas cervezas, ¿qué dices?
-¡Va!
Compró unas cervezas en la tienda del pueblo y nos fuimos al río, a un lugar bastante retirado del camino donde había unas piedras grandes para sentarnos ahí a tomar. Al cabo de 3 o 4 cervezas, Genaro me dijo que tenía ganas de orinar.
-Pus aquí mero en el río, total el agua se la lleva- bromeé.
-No seas marrano, jajaja. Nel, voy atrás de ese arbolito.
No supe exactamente qué fue pero como un resorte algo se disparó en mi cabeza y sin pensarlo le dije: “¡aguanta! También yo quiero mear”. Me miró algo extrañado pero no dijo nada, así que caminamos hasta el árbol y cada quien nos volteamos hacia un lado dispuestos a vaciar la vejiga.
Escuché cuando bajó el cierre de su pantalón y ¡puta madre! En ese momento un aroma me golpeó la nariz como nunca antes. No era un olor desagradable, para nada. Era un olor fuerte, intenso, un maldito madrazo en la nariz, en el cerebro, en todo mi ser. Me era familiar ese olor, yo mismo lo había sentido muchas veces en mi persona, al terminar una larga jornada de trabajo, sudado, en mi jugo, y a punto de meterme a bañar. Pero nunca lo había sentido con tanta fuerza como ese día.
Lo reconocí enseguida. Era el olor a verga.
El olor a verga sudada, a huevos, a calzón remojado después de horas trabajando bajo un sol quemante. Olor a hombre, aroma de macho, un maldito tufo bien de macho que de volada hizo que la verga se me pusiera como fierro y me hiciera sentir cosas.
No puede evitar voltear a mirar a mi camarada, quien parecía algo apenado: “huele gacho, ¿verdad? Ahorita que me meta al río se me quita”.
Yo estaba todo apendejado, con la mirada fija en su pito, no podía dejar de verle la verga mientras toda mi fama de hombria y de cabrón con las mujeres se iba a la mierda sin que me importara.
Sólo le dije, sin dejar de mirarle la poronga:
-No mames, qué rico te huele-
Genaro ya había notado mi erección y aunque parecía sorprendido, al oírme decir aquello sólo respondió:
-¿Quieres olerla de cerquita?
Más tardó en decirme que yo en hincarme frente a él y pegar mi nariz a su ingle, aspirando el tufo a hombre de sus huevos, sus vellos, su tronco cada vez más tieso. Inhalaba como si me estuviera quedando sin aire, aspiraba como si me estuviera ahogando y necesitara oxígeno, pero lo que en realidad necesitaba, lo que en realidad había necesitado toda mi vida, era ese aroma. Era el aroma de la verga. Por fin sabía a qué olía el cielo, la gloria, olía a macho sudado, pegajoso, olía a sudor rancio, aspiraba y con cada aspiración me sentía pleno, vivo y entregado a todo.
🗣 Contar Tu Relato💠 Click Aquí Para Dar Tu Apoyo