¡Bendito, mil veces bendito despertar! Quien ha repetido día tras día actos de amor a Dios, muere haciéndolos y despierta en el Amor infinito, encontrándose con la hermosura y felicidad de su Creador. ¡Feliz encuentro!
Quien se ha ofrecido a Dios y ha deseado ir a Él, termina viéndose vestido de gloria inmortal ante los ojos del Señor.
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De la misma manera que no podemos saber con certeza si estamos o no revestidos de la divina gracia, tampoco podemos tener seguridad de nuestra salvación, no pudiendo ser completo nuestro gozo aquí. Pero Dios nos ha dado a la Virgen Santísima para que sea nuestro puerto seguro. El Señor nos ha dado a los cristianos otra fuente de alegría y consuelo en la última hora.
Todos los días le pedimos en la Salve que nos muestre a Jesús; que nos guíe seguros a la visión eterna de Dios; se lo pedimos a Ella, Madre de misericordia y refugio de pecadores. Dios, haciéndola mediadora de todas las gracias y abogada de los hombres para obtenernos todo bien, la ha nombrado puerta del Cielo, y hemos de estar seguros de que la Virgen nos ama e intercede por nuestra salvación ante el Señor.
Debemos gozarnos en repetir la frase de San Alfonso María de Ligorio: El verdadero devoto de la Virgen se salva. El amor filial a la Madre de Dios, es señal de predestinación y pone limpieza en el alma, fortaleza en la voluntad, luz en el entendimiento y ansias de gracia y virtudes en todo el ser.
La Virgen sin mancilla, con su intercesión, nos alcanzó del Señor un signo externo de pureza o de arrepentimiento en la hora de la muerte: es su Escapulario del Carmen. El alma piadosa se recrea amando a la Virgen y repitiendo con ternura sus palabras: El que muera con él no se condenará.
La Virgen ayuda con protección singularísima a quien lo lleva devotamente, y si en el momento de la muerte está revestido con él, se arrepentirá de todos sus pecados y morirá en la gracia y amor de Dios.
El Santo Escapulario de la Virgen del Carmen nos recuerda las grandes verdades de nuestra religión, las tiernas misericordias y llamadas de la Virgen Santísima y la esperanza del Cielo. El Santo Escapulario enciende en el alma grandes deseos de virtud y de amor a Dios y da seguridad de conseguir la eterna gloria, porque el que muera con él no padecerá las llamas del fuego eterno.
Además de asegurar la salvación, comunica el Escapulario del Carmen otra muy consoladora esperanza a quien le viste. La Madre de misericordia quiere también acortar por medio de él a sus devotos el tiempo de la purificación dolorosa en el Purgatorio.
Los cristianos fervorosos, humildes y agradecidos, abrazan con amor el Santo Escapulario y llenos de gozo le estrechan contra su pecho sin jamás apartarlo de sí.
Las almas de fe y anhelosas del Cielo siempre le visten con dignidad, devoción y amor, y encuentran en él, según las palabras de la Virgen, la ayuda para no ofender a Dios, la seguridad de un sincero arrepentimiento y la esperanza de morir en gracia. Para ello se esmeran en cumplir las devociones, y la Virgen, Madre graciosa, bajará a buscarlas para conducirlas a su celestial morada.
Para estas almas desaparecieron, en parte, los miedos excesivos a la muerte; sólo en parte, porque cuando el Señor manda sus pruebas, todo se olvida y sólo se ve la propia nada y la incertidumbre futura.
Pero durante el tiempo ordinario, en lugar de temores, tienen la confianza de que el Señor, por su misericordia y por la intercesión de su Santísima Madre, las llevará al Cielo. Cuando se ven con su Escapulario a la hora de la muerte, sienten el gozo de la protección que la Virgen ha prometido.
Sienten que la Virgen ruega por ellos en la hora de la muerte como se lo habían pedido en el Ave Maria.
La hora de la muerte será el momento en el cual la Virgen sin mancilla les mostrará para siempre a Jesús bendito: … y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de vientre…
Quien se ha ofrecido a Dios y ha deseado ir a Él, termina viéndose vestido de gloria inmortal ante los ojos del Señor.
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De la misma manera que no podemos saber con certeza si estamos o no revestidos de la divina gracia, tampoco podemos tener seguridad de nuestra salvación, no pudiendo ser completo nuestro gozo aquí. Pero Dios nos ha dado a la Virgen Santísima para que sea nuestro puerto seguro. El Señor nos ha dado a los cristianos otra fuente de alegría y consuelo en la última hora.
Todos los días le pedimos en la Salve que nos muestre a Jesús; que nos guíe seguros a la visión eterna de Dios; se lo pedimos a Ella, Madre de misericordia y refugio de pecadores. Dios, haciéndola mediadora de todas las gracias y abogada de los hombres para obtenernos todo bien, la ha nombrado puerta del Cielo, y hemos de estar seguros de que la Virgen nos ama e intercede por nuestra salvación ante el Señor.
Debemos gozarnos en repetir la frase de San Alfonso María de Ligorio: El verdadero devoto de la Virgen se salva. El amor filial a la Madre de Dios, es señal de predestinación y pone limpieza en el alma, fortaleza en la voluntad, luz en el entendimiento y ansias de gracia y virtudes en todo el ser.
La Virgen sin mancilla, con su intercesión, nos alcanzó del Señor un signo externo de pureza o de arrepentimiento en la hora de la muerte: es su Escapulario del Carmen. El alma piadosa se recrea amando a la Virgen y repitiendo con ternura sus palabras: El que muera con él no se condenará.
La Virgen ayuda con protección singularísima a quien lo lleva devotamente, y si en el momento de la muerte está revestido con él, se arrepentirá de todos sus pecados y morirá en la gracia y amor de Dios.
El Santo Escapulario de la Virgen del Carmen nos recuerda las grandes verdades de nuestra religión, las tiernas misericordias y llamadas de la Virgen Santísima y la esperanza del Cielo. El Santo Escapulario enciende en el alma grandes deseos de virtud y de amor a Dios y da seguridad de conseguir la eterna gloria, porque el que muera con él no padecerá las llamas del fuego eterno.
Además de asegurar la salvación, comunica el Escapulario del Carmen otra muy consoladora esperanza a quien le viste. La Madre de misericordia quiere también acortar por medio de él a sus devotos el tiempo de la purificación dolorosa en el Purgatorio.
Los cristianos fervorosos, humildes y agradecidos, abrazan con amor el Santo Escapulario y llenos de gozo le estrechan contra su pecho sin jamás apartarlo de sí.
Las almas de fe y anhelosas del Cielo siempre le visten con dignidad, devoción y amor, y encuentran en él, según las palabras de la Virgen, la ayuda para no ofender a Dios, la seguridad de un sincero arrepentimiento y la esperanza de morir en gracia. Para ello se esmeran en cumplir las devociones, y la Virgen, Madre graciosa, bajará a buscarlas para conducirlas a su celestial morada.
Para estas almas desaparecieron, en parte, los miedos excesivos a la muerte; sólo en parte, porque cuando el Señor manda sus pruebas, todo se olvida y sólo se ve la propia nada y la incertidumbre futura.
Pero durante el tiempo ordinario, en lugar de temores, tienen la confianza de que el Señor, por su misericordia y por la intercesión de su Santísima Madre, las llevará al Cielo. Cuando se ven con su Escapulario a la hora de la muerte, sienten el gozo de la protección que la Virgen ha prometido.
Sienten que la Virgen ruega por ellos en la hora de la muerte como se lo habían pedido en el Ave Maria.
La hora de la muerte será el momento en el cual la Virgen sin mancilla les mostrará para siempre a Jesús bendito: … y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de vientre…