Todo lo que sabemos del Oreshnik es que es un misil balístico de combustible sólido de alcance medio (2.500-5.500 kilómetros) de velocidad hipersónica y que está equipado con cabezas de guerra explosivas maniobrables. Como he escrito anteriormente en muchas publicaciones, la escalada era inevitable por la contradicción de los intereses de las partes enfrentadas en el conflicto. Rusia quiere seguir su denominada operación militar especial con las reglas establecidas, la guerra de desgaste impuesta conduce a una inevitable victoria en forma de punto de ruptura. Ucrania ha intentado realizar varias operaciones ofensivas que fuercen a las autoridades rusas a sentarse a la mesa de negociaciones en una posición más desfavorable, desde Jerson 2022 hasta Kursk 2024, pasando por Zaporozhia 2023. El fracaso de estas tentativas obliga a Estados Unidos y sus aliados a participar cada vez más directamente, intentar imponer el congelamiento del conflicto mediante la fuerza, sin acceder a las demandas rusas. Podemos esperar en enero un nuevo intento ucraniano de ejecutar una ofensiva similar a la de Kursk, con el mismo objetivo, en una nueva dirección, que podría ser perfectamente Briansk. Igual incluso se intenta una nueva operación en dirección Crimea. Los nuevos paquetes de suministros militares y que, justamente, se hayan autorizado ahora los ataques con sistemas occidentales sobre territorio ruso son indicativos de lo anterior. El miedo que tengo, compartido por muchos analistas y especialmente por la comunidad TWK, no es que la operación ofensiva sea un éxito, todo lo contrario. Una operación similar a Kursk en Briansk u otra dirección consumirá muchos recursos y agravará aún más la situación crítica ucraniana en el frente oriental, ahí es cuando los estadounidenses deberán decidir si intervenir directamente para salvar a los ucranianos de la catástrofe o admitir una derrota que el mundo percibirá como humillante. Nos encontramos en un escenario de crisis, donde nadie quiere ceder, que se está agravando.