Apenas podemos imaginarnos en nuestra mente con qué nuevo gozo y alegría se llene su alma bienaventurada, cuando frecuente y fervorosamente celebramos ante sus ojos la memoria de tantos y tan grandes misterios. Por otra parte, estos mismos recuerdos comunican a nuestras súplicas un más vehemente ardor y le dan una mayor fuerza impetratoria, de tal modo que cuantas veces se repita cada uno de los misterios tantas razones de ser oídos se presentan, lo cual tendrá, indubitablemente, un gran influjo sobre el corazón de la Virgen. Pues, a vuestro amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no abandones a los desgraciados hijos de Eva. Os imploramos, reconciliadora de nuestra salud, tan poderosa como clemente, y os suplicamos fervorosamente por las dulzuras de las alegrías que os vienen de vuestro Hijo Jesús, por vuestra unión con sus indecibles dolores y por el esplendor de su gloria. Pese a nuestra indignidad, ¡oídnos benignamente y atendednos!
XIV. Las bendiciones del Rosario para las aflicciones actuales.
La excelencia del Rosario mariano, considerado desde el doble punto de vista que acabamos de exponer, os hará comprender más claramente, Venerables Hermanos, por qué Nuestra solicitud no cesa de recomendar y de hacer progresar su práctica. El siglo en que vivimos necesita, día a día, como Nos ya lo hemos advertido al empezar, de los favores del cielo, principalmente, porque por doquiera hay muchas cosas que afligen a la Iglesia lesionando sus derechos y su libertad, y muchas, que destruyen radicalmente la prosperidad y la paz de los Estados.
Pues bien, repetimos, afirmamos y proclamamos que tenemos cifradas Nuestras mejores esperanzas en merecer por el rezo del Rosario los auxilios que necesitamos. ¡Quiera Dios que, en todas partes, se restablezca, según Nuestros deseos, el prístino honor de esta sagrada devoción! ¡Que en las ciudades y aldeas, en las familias y talleres, entre los nobles y modestos se ame entrañablemente y se practique, como preclaro santo y seña de la fe cristiana y óptima protección para el otorgamiento de la divina clemencia.
XV. Nuevo Motivo: Las afrentas hechas a la Virgen.
En esto debemos insistir todos, cada día con mayor urgencia, porque la frenética perversidad de los impíos no omite intriga alguna ni perdona audacia para irritar la cólera de Dios y hacer caer el peso de su justa ira sobre la Patria. Pues, entre todas las demás causas, existe ésta, -deplorada por Nos y con Nos por todos los buenos-, que en el seno de los pueblos cristianos hay demasiados hombres que se recrean en las afrentas con que, de cualquier modo, se insulta la Religión; son los mismos que, amparados por cierta increíble licencia de publicar cualquier cosa, parecen empeñados en exponer al ridículo y al desprecio de la multitud las cosas más sagradas y la confianza en la protección de la Virgen; justificada por la experiencia.
XVI. La profanación del nombre del Salvador.
En estos últimos meses no se ha perdonado siquiera a la augustísima Persona de Jesucristo, Salvador Nuestro. No ha habido la menor vergüenza en llevarla a escenas escabrosas del teatro, éste no pocas veces contaminado por obscenidades y en representarla despojada de la majestad propia a su divina naturaleza, quitada la cual ya no hay necesidad de negar la redención misma del género humano. No se han avergonzado de intentar arrancar de su eterna infamia a aquel hombre que es reo del crimen y de la perfidia muy aborrecible por su suprema monstruosidad, la mayor de que haya memoria entre los hombres, al traidor de Cristo.
XIV. Las bendiciones del Rosario para las aflicciones actuales.
La excelencia del Rosario mariano, considerado desde el doble punto de vista que acabamos de exponer, os hará comprender más claramente, Venerables Hermanos, por qué Nuestra solicitud no cesa de recomendar y de hacer progresar su práctica. El siglo en que vivimos necesita, día a día, como Nos ya lo hemos advertido al empezar, de los favores del cielo, principalmente, porque por doquiera hay muchas cosas que afligen a la Iglesia lesionando sus derechos y su libertad, y muchas, que destruyen radicalmente la prosperidad y la paz de los Estados.
Pues bien, repetimos, afirmamos y proclamamos que tenemos cifradas Nuestras mejores esperanzas en merecer por el rezo del Rosario los auxilios que necesitamos. ¡Quiera Dios que, en todas partes, se restablezca, según Nuestros deseos, el prístino honor de esta sagrada devoción! ¡Que en las ciudades y aldeas, en las familias y talleres, entre los nobles y modestos se ame entrañablemente y se practique, como preclaro santo y seña de la fe cristiana y óptima protección para el otorgamiento de la divina clemencia.
XV. Nuevo Motivo: Las afrentas hechas a la Virgen.
En esto debemos insistir todos, cada día con mayor urgencia, porque la frenética perversidad de los impíos no omite intriga alguna ni perdona audacia para irritar la cólera de Dios y hacer caer el peso de su justa ira sobre la Patria. Pues, entre todas las demás causas, existe ésta, -deplorada por Nos y con Nos por todos los buenos-, que en el seno de los pueblos cristianos hay demasiados hombres que se recrean en las afrentas con que, de cualquier modo, se insulta la Religión; son los mismos que, amparados por cierta increíble licencia de publicar cualquier cosa, parecen empeñados en exponer al ridículo y al desprecio de la multitud las cosas más sagradas y la confianza en la protección de la Virgen; justificada por la experiencia.
XVI. La profanación del nombre del Salvador.
En estos últimos meses no se ha perdonado siquiera a la augustísima Persona de Jesucristo, Salvador Nuestro. No ha habido la menor vergüenza en llevarla a escenas escabrosas del teatro, éste no pocas veces contaminado por obscenidades y en representarla despojada de la majestad propia a su divina naturaleza, quitada la cual ya no hay necesidad de negar la redención misma del género humano. No se han avergonzado de intentar arrancar de su eterna infamia a aquel hombre que es reo del crimen y de la perfidia muy aborrecible por su suprema monstruosidad, la mayor de que haya memoria entre los hombres, al traidor de Cristo.