El policía obediente
Madrid, provincia de Iberia del Gobierno Único Mundial - Año 2040
Paco recordaba como si fuera ayer el día en que salió de la academia de policía nacional y se incorporó por fin al servicio.
Era marzo de 2020, el año de la gran pandemia mundial, y su primera misión fue asegurarse de que ningún ciudadano se saltara el confinamiento. Había decidido convertirse en policía porque quería poder proteger a la ciudadanía, pero pronto se dio cuenta de que todos sus sueños no eran más que ilusiones.
Le ordenaron ser inflexible contra los desobedientes y utilizar la fuerza contra ciudadanos desarmados. Le dijeron que su deber era obedecer cualquier orden, por absurda que fuera.
Había aprendido que la Constitución estaba por encima de todas las demás leyes y que ninguna ley de rango inferior u orden de sus superiores podía vulnerar los derechos fundamentales recogidos en la Carta Magna, pero ninguno de sus compañeros pareció tener ningún problema cuando le ordenaron pisotear los derechos humanos. Al contrario, sus colegas parecían estar encantados con el poder que se les había concedido durante la emergencia.
Paco no estaba en absoluto contento, pero decidió obedecer, porque temía perder su codiciado empleo público. Durante esos meses tuvo que presenciar y participar en la vulneración de todo derecho y dignidad humana. Tuvo que perseguir, golpear, multar y detener a ciudadanos rebeldes que no aceptaban el arresto domiciliario.
En los meses siguientes, le obligaron a taparse la boca mientras estaba de servicio y a atacar utilizando cualquier medio a todo ciudadano que no obedeciera la misma obligación. Con el paso del tiempo, su conciencia empezó a desvanecerse y dejó de sentirse mal por sus acciones cotidianas contra sus semejantes.
Al fin y al cabo, él sólo cumplía con su trabajo y los desobedientes merecían ser castigados con todo el peso de la ley. Ese era el mensaje de los políticos, de sus superiores, de sus compañeros, de los medios de comunicación. No había nada extraño en ello.
Las semanas de emergencia se convirtieron en meses y los meses en años. Tuvo que inyectarse la "vacuna sagrada" para poder seguir trabajando. Oficialmente no era obligatorio, pero sus superiores habían informado claramente a todo el cuerpo de policía de que los que no cumpliesen perderían toda posibilidad de ascenso.
Con el tiempo, empezó a notar cómo algunos de sus compañeros caían enfermos, uno tras otro. Afortunadamente, él no tenía problemas de salud, pero le resultaba extraño que de repente tantas personas padecieran todo tipo de enfermedades.
Un día le asignaron a la escolta de un político importante y, mientras estaba de servicio, oyó sin darse cuenta unas conversaciones que le inquietaron mucho. El político, hablando con un funcionario de alto rango, mencionó que, afortunadamente, los miembros importantes del partido habían recibido una inyección distinta de la que se había administrado a los ciudadanos de a pie. Parecía que todo el mundo en las altas esferas era consciente de los peligros relacionados con las inyecciones, pero todo quedaba cubierto por una omertà generalizada.
Tras aquella revelación Paco empezó a tener serias dudas sobre su trabajo y el discurso oficial, pero siguió obedeciendo. Su mujer Lucía estaba embarazada y acababan de firmar una hipoteca para la compra de un piso. No podía permitirse perder su trabajo.
Y así fue como Paco permaneció en el cuerpo de policía nacional y, veinte años después, seguía obedeciendo todas las órdenes de sus superiores.
(Esta historia es ficticia. Cualquier referencia a hechos o personas reales es casual, sin embargo el autor se pregunta hasta cuándo personas como Paco seguirán obedeciendo, sabiendo el daño que causan a la sociedad.)
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