Anónimo:
"Se cerró la puerta"
La vida de Ive es bastante normal, sencilla. Entre trabajo y casa pasa la mayor parte del tiempo. Es una joven alta, de labios carnosos, pelo castaño, pechos voluminosos y nalgas que, sin ser grandes, están muy bien formadas. Ive, es mi esposa.
Nuestra vida sexual es muy intensa. El sexo es algo frecuente en nuestra casa, aderezado, muchas veces, con fantasías sexuales que tenemos en común. Solamente necesitamos poner a volar nuestra imaginación y ya nos vemos teniendo sexo con varias personas, por ejemplo. No obstante, del plano de la fantasía fue necesario pasar a la realidad y decidimos hacer un trío, del tipo HMH; yo mismo lo propuse, pues me estaba volando la cabeza el morbo que me causa verla clavada y, sobre todo, haciéndole un oral a otro tipo.
La elección del hombre corrió por ella, aunque mi propuesta incluía que fuese alguien conocido por ella, sobre todo algún hombre que la hubiese hecho temblar de placer en el pasado. No quería entregar mi mujer a cualquiera, no podía permitirme que no lo gozara, deseaba que fuese una presa devorada por dos bestias sedientas de carne y al mismo tiempo una reina con todo el poder en sus manos, su boca, su cuerpo.
Al chico elegido por ella, le llamaremos Anónimo, ya que no podemos revelar su identidad sin su consentimiento. Era un hombre algo tímido, recogido, que difícilmente aceptaría nuestra propuesta. Ive sondeó con él la posibilidad del trío en varias ocasiones, pero su respuesta, aunque la idea parecía agradarle, siempre fue evasiva, a causa de los ya conocidos prejuicios sociales. Decidimos que era momento de que ella se plantara en su casa, lo provocara, mientras yo me mantenía al margen.
Aquel era un sábado aburrido, de esos en los que no hay nada que hacer y parecen domingos, ese día Ive llamó a Anónimo y le dijo que estaba sola y quería verlo. La respuesta no se hizo esperar, y un "Sí, claro", fue suficiente para lanzarnos a la aventura. Vivía en la tercera planta de un edificio habanero. Ive subió sola, como habíamos acordado, mientras yo esperaba en los bajos.
Mi esposa llevaba vestido gris bastante escotado, un tanga negro y los pechos bien apretados. El chico abrió, se saludaron y la invitó a pasar, luego trató de cerrar la puerta. -No no, déjala abierta. Hay calor y además, ¿qué va a pensar la gente?-. La puerta quedó abierta. Compartieron un café como es costumbre en cada casa cubana, se sentaron en un sofá, uno al lado del otro, de espaldas a la puerta, mientras, yo ya los espiaba.
Comenzaron las insinuaciones por parte de Ive: lo tomó de la mano, le decía que tenía deseos de volver a jugar con ellas, que tocaran sus tetas y apretaran sus nalgas. Aquellas proposiciones comenzaban a hacer efecto. ¿Quién podía resistirse a una puta fogosa? Bajo el pantalón del joven ya se notaba toda la calentura que traía. Ella le acarició el pene con sus manos, mientras él, cerraba los ojos de placer, y yo, desde la puerta, ya me iba excitando. -Quiero mamártela- dijo ella. Ni media palabra pronunció él, solo el gesto de poner la manos en su cabeza y recostar su espalda sobre el espaldar del sofá, eran suficientes para entender su consentimiento. Ive le sacó el pene y comenzó a besarla por el tronco, pasando a la cabeza, para luego penetrarla toda en su boca. Chupó, mordió y besó a placer, y solo cuando lo tuvo bien caliente le dijo: "Quiero compartir esto con mi pareja". El asombro del chico fue monumental, pero con el calor que tenía era imposible dar una respuesta negativa, y entonces, por fin, se cerró la puerta.
Ya juntos los tres, la puta de mi esposa se puso de rodillas ante nosotros, nos sostuvo los penes y comenzó a mirarlos, cada detalle, cada vena hinchada, los lunares... los apretaba e iba introduciendo uno a uno en la boca, chupaba los testículos. Nosotros comenzamos a jugar con su cuerpo, haciendo, primeramente, libres sus tetas. Acariciamos sus pezones con la yema de nuestros dedos y ella no paraba de mamar. Llegado el momento sostuvo ambos miembros en una mano y comenzó a meterlas en su boca al unísono.