No me deja de sorprender la actitud de tanta gente frente a la muerte. Alegría por la muerte de un personaje famoso, alegría por el asesinato de soldados del bando contrario, alegría por la muerte y desgracia de otros. Alegría basada en el odio y el resentimiento, alegría que no se parece a la alegría.
Estamos cada vez más consumidos por los valores de quienes se ríen de los otros por ser más altos, más bajos, más oscuros, más lo que sea. Y las leyes de tolerancia que pretenden regular el respeto a la diferencia no hacen sino ahondar el problema pues mantienen oculto el odio.
Vivimos en una sociedad enferma que normaliza la envidia y la competencia. Es normal reírse de alguien que se cae en la calle, que se equivoca. Es normal juzgar y acusar a las víctimas de accidentes, desgracias, en las guerras, en la vida cotidiana. Pocos son quienes tienen la grandeza de corazón de compadecerse del otro. Quienes pueden ir más allá del odio y compadecerse de su enemigo.
Los valores del cristianismo hablan de la compasión por el otro, aunque en la práctica ninguna sociedad católica o protestante la haya promulgado en la práctica. Acaso sí haya clasificado a los seres humanos: a los semejantes se les puede compadecer, a los diferentes, no.
En ruso el término compasión significa “sentir con el otro”, algo así como “cosentir”. Tal vez de ahí que, durante las décadas siguientes al final de la Segunda Guerra, cuando en Rusia los presos alemanes construyeron los edificios, etc., y a pesar del odio contra el invasor, fueran los mismos rusos, sobrevivientes a la guerra, quienes les llevaran comida y bebida, pues, al fin y al cabo, veían no ya al enemigo nazi que había robado, saqueado y asesinado, sino a un ser humano desarmado, desgraciado, lejos de casa, destruido.
La solidaridad humana ha sido reemplazada por las ideas neoliberales de la tolerancia. Continuación de la doble moral cristiana que peca y reza para empatar y se siente ganar el cielo porque otros van al infierno.
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Los valores del cristianismo hablan de la compasión por el otro, aunque en la práctica ninguna sociedad católica o protestante la haya promulgado en la práctica. Acaso sí haya clasificado a los seres humanos: a los semejantes se les puede compadecer, a los diferentes, no.
En ruso el término compasión significa “sentir con el otro”, algo así como “cosentir”. Tal vez de ahí que, durante las décadas siguientes al final de la Segunda Guerra, cuando en Rusia los presos alemanes construyeron los edificios, etc., y a pesar del odio contra el invasor, fueran los mismos rusos, sobrevivientes a la guerra, quienes les llevaran comida y bebida, pues, al fin y al cabo, veían no ya al enemigo nazi que había robado, saqueado y asesinado, sino a un ser humano desarmado, desgraciado, lejos de casa, destruido.
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